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Si me separo no sé dónde ir ni qué hacer

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Es normal sentirse perdido en el momento en el que una persona se plantea algo tan delicado como el divorcio. El desconcierto puede ser tal que se puede llegar a pesar, quiero separarme pero no tengo dinero , como si el dinero fuera algo determinante para poder hacer efectiva la decisión.

No debemos de engañarnos. Toda separación supone el cese del proyecto de vida común y en ese sentido debemos partir de la premisa de que hacer vidas por separado conlleva duplicar gastos con los mismos ingresos, al menos inicialmente. Con el paso del tiempo, de no existir vinculaciones que supongan una pesada mochila (cargas familiares, hipotecas, préstamo… etc) la situación tiende a normalizarse a medio y largo plazo, pues lo normal es que ambos cónyuges vuelvan a rehacer sus respectivas vidas posteriormente con un nuevo proyecto sentimental.

Es normal que exista una gran preocupación pues la sociedad está muy ajustada económicamente, pues los sueldos son muy justo para hacer frente a los gastos de vida familiares, cuestión que va empeorando en estos momento con el miedo a la inflación y aún tratando de superar la crisis económica de la Covid 19 y con la incertidumbre de la guerra de Rusia y Ucrania.

El mayor desembolso económico de una persona es el gasto de vivienda, a la que se destina aproximadamente el 30 ó 40% de los ingresos familiares. Por ello, el tener que hacer frente a dos viviendas con separación supone una gran preocupación y no exenta de dificultad. 

Si la vivienda en la que se ha convivido es nuestra la pregunta es obvia, que pasa si mi pareja no quiere irse de casa . Partimos de la base de que si la vivienda es de nuestra propiedad nuestro cónyuge se debe de marchar, pero no siempre es así, pues desde el momento en el que una vivienda se destina a domicilio familiar está supeditada a ciertos derechos y obligaciones familiares.

Por ejemplo, si se trata de un matrimonio con hijos menores de edad, el progenitor custodio en compañía de los hijos tiene preferencia en lo que se refiere al derecho de atribución del usu y disfrute del domicilio familiar.

Esta cuestión debe de aplicarse también, sensu contrario, pues en el caso de que la vivienda sea de nuestro cónyuge, tampoco hay que dar por hecho que nosotros, como no propietarios, somos los que debemos de marcharnos. Se debe de llegar a un acuerdo, o en su defecto será resuelta dicha cuestión judicialmente en proceso contencioso.

Si está pensando en separarse o divorciarse, pero si toma la decisión no sabe qué hacer ni dónde ir, antes de nada, fomente la comunicación respetuosa y sana con su cónyuge y asesórese. Para cualquier proceso de divorcio es necesario la intervención letrada, de manera que no hay que limitar el asesoramiento al instante en el que hay problemas presentes, sino adelantarse a estos con la intención de prevenir problemas.

Cuando tiene dudas de si se quiere divorciar y de los términos en los que se podría divorciar, debe de tener certezas para tomar las decisiones correctas. Hay que intentar evitar divorcios, pero de ser necesario, evitar el proceso contencioso. Incluso cuando el divorcio contencioso sea inevitable por la existencia de desavenencias insalvables, se debe de tratar de reducir en todo lo posible los hechos controvertidos para restar en la medida que sea posible tensión a la ruptura.

Si me separo no sé dónde ir ni qué hacer. Es un pensamiento que denota agobio, incertidumbre y hasta temor a tomar una decisión que no sea viable a futuro. Es por ello que debe de tratar de reducir los condicionamientos en todo lo posible para conseguir que su decisión sea realmente la acertada, con independencia de que suponga el divorcio, ojalá amistoso, o el mantenimiento del matrimonio, que siempre es la opción inicialmente deseable.

La vida sigue y no se detiene, la indecisión es la que puede suponer un grave problema. Lo primero es saber si se quiere divorciar, después dónde ir y qué hacer, no al revés.