¿Queremos vivir en hogares que sean sumideros energéticos?
Estas últimas semanas ha habido un acalorado debate en relación con las disposiciones que la Comisión Europea quiere aplicar como parte de la batería de medidas contra el cambio climático Fit for 55. Bruselas quiere impulsar la eficiencia energética de edificios y viviendas para el año 2030 y, para ello, se proponía prohibir la venta o el alquiler de pisos con la letra G -la peor en la clasificación energética- con la intención de impulsar la rehabilitación energética de aquellos edificios menos eficientes y lograr así que los propietarios reformen sus inmuebles para emitir menos CO2 a la atmosfera y consumir menos. Por tanto, a partir del 1 de enero de 2030 los edificios residenciales, casas y apartamentos tendrían que contar con una calificación energética F, como mínimo, para poder ser vendidos o alquilados.
Si tenemos en cuenta que una vivienda G consume unas 10 veces más energía que una de cero emisiones, entendemos que, por muy atractiva que nos pueda parecer, no lo será en su uso, cuando se vea incrementado, de forma exponencial, el coste de los recibos periódicos de luz, gas, etc.
Y en este punto nos surge la duda de si es necesaria dicha prohibición o serán los propios demandantes de residencia, adecuadamente informados, los que rechacen, de forma tajante, estos sumideros energéticos y, en consecuencia, económicos en pro de aquellas casas que, si bien puedan tener un coste algo mayor, hayan sido rehabilitadas energéticamente y, por tanto, resulten mucho más rentables para el usuario final.
Actualmente, un piso situado en una planta alta de un edificio que no cuente con ascensor se ve gravemente devaluado en su precio, siendo eliminado de sus preferencias por la amplia mayoría de posibles compradores o arrendatarios. Sería de esperar que, del mismo modo, un comprador o arrendatario eliminara de sus opciones de búsqueda todos aquellos inmuebles residenciales con un nivel de eficiencia energética muy bajo, algo -hoy por hoy- difícil de promover, entre otras cosas, porque la gran mayoría de los portales inmobiliarios online, la principal fuente de búsqueda actual de bienes para compra o alquiler, no permiten el filtrado por la clasificación energética del mismo, algo que esperemos cambie en breve. De este modo, y una vez que la gran generalidad de los usuarios penalicen, de forma frecuente, las viviendas con una letra peor en la escala energética, el propio mercado inmobiliario empujará a propietarios y arrendadores a rehabilitar energéticamente sus bienes, si no quieren mal venderlos o alquilarlos a precios muchos más bajos que los de su entorno.
Por tanto, para que esto suceda necesitamos: por un lado, que exista una campaña de divulgación por parte de la Administración, para que los ciudadanos conozcan la importancia de la información aportada por el certificado energético y lo que supone económica y medioambientalmente residir en uno u otro hogar (desde A hasta G), y se deje de tener la sensación generalizada de que el certificado energético se trata de un documento inservible –papel mojado-; y, por otro, que existan herramientas claras para que el consumidor pueda conocer fácilmente el nivel de eficiencia energética de cada inmueble que se encuentra a disposición y discriminar, de manera sencilla, aquellos menos eficientes, en beneficio de los más recomendables para sus necesidades e intereses.
Autor: Eduardo Martín del Toro, Dr. Arquitecto y Máster en Medio Ambiente y Arquitectura Bioclimática. CEO de Del Toro & Antúnez ARQUITECTOS.